De
vuelta a Buenos Aires
Una vez llegué y me instalé me fui a tomar algo y allí la
sensación de haber vuelto a la civilización me sorprendió y me reconforto del
cansancio que llevo encima.
Sentado en una terraza, con un café que es café y
contemplando el ir y venir de los bonaerenses por la calle me volví a sentir un
ciudadano de la parte occidental del mundo. Todo volvía a estar organizado, la
gente iba a sus cosas más o menos rápida y sobre todo ya las aceras no eran ese
inmenso mercado con los vendedores permanentemente sentados esperando que
alguien pase y les compre lo que venden.
Además el tráfico, aunque denso, ya se rige por normas y
no es la lucha de el que más valor tiene pasa y el otro espera, ni ese sonar
continuo del claxon como medida de coacción y fuerza.
El resto de los días los he dedicado a pasear por Buenos
Aires sin ningún afán de descubrir nada, a un ritmo muy tranquilo y con poco
esfuerzo.
He hecho un recorrido nostálgico de mi visita anterior
yendo a los mercadillos de Recoleta y S. Telmo pero con el ánimo de los
bonaerenses de ver que hay pero sin el afán de la primera vez. Por cierto que
es una delicia pasear por pasear, sin esa urgencia del turista de andar
reconociendo lugares y siempre apresurado por lo que hay que ver.
Como lujo fue el ir a ver a Les Luthiers y comprobar que
no han perdido un ápice de su humor corrosivo y además en su lugar de origen.
Por lo demás el deseo casi obsesivo de estar ya en casa, que
dificulta el afán de indagación de cosas nuevas ha sido
la tónica general de estos últimos días, tanto en Buenos Aires como en
Montevideo.
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