La tarde es húmeda y calurosa. El viajero se ha sentado a descansar de su vagabundeo por las calles de Centro Habana y tomándose una cerveza helada observa el movimiento de los peatones por la calle.
Frente a él se desarrolla un espectáculo de gente que va y viene por la calle, refugiándose en los soportales que cubren esta totalmente. Charlan, beben o comen algo en alguna de las innumerables esquinas donde se venden helados, ron, pasteles…, para la gente autóctona, o simplemente pasea, va de compras o viene de ellas. En fin, la calle es un hervidero de todo tipo de gente. De pronto, el viajero se fija en una pareja que parece llevar su propio ritmo, ajenos a todo lo demás.
La pareja está formada por un padre y su hija pequeña, como de cuatro o cinco años. Él es un moreno enorme, ella parece una muñeca pequeñita y simpática a su lado. Llevan ellos una conversación que los hace abstraerse de todo lo que allí, en aquella calle ocurre.
El viajero se queda elucubrando sobre la conversación de ambos, pensando si el padre va contando a la niña alguna historia sobre la vida o si esta tratando de contestar alguna de esas preguntas que hacen los niños pequeños a los adultos que van con ellos.
De pronto, se paran y el hombre se agacha y se encara a la niña. La niña abre muchísimo los ojos y se queda mirándole fijamente. Acaban cara a cara muy serios los dos. Intercambian varias frases y la niña se echa a reír.
Su padre la coge, la sube a sus hombros y así, contentos y sonrientes emprenden otra vez el camino.
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