VALDIVIA
Estos tres días que he pasado en Valdivia por fin me han
cundido y me han hecho cambiar de perspectiva sobre el viaje.
Por una parte por fin he encontrado una ciudad más europea
que todas las anteriores donde tomar un café no es una aventura y además la
gente se ve más cosmopolita. También parece que han desaparecido las multitudes
de turistas cámara en ristre y aunque hay turistas ya son más tranquilos y
familiares.
Valdivia es la capital de la región de Los Ríos y hace
honor a su nombre ya que por cualquier sitio que miremos no hay más que ríos y
una naturaleza exuberante que mires donde mires está presente. Ayer en un
recorrido por uno de los ríos que se había formado como resultado del terremoto
de 1960, el mayor de la historia y que en Valdivia marca un antes y un después en
su vida, pues no solo asoló el territorio, sino que modificó su geografía
inundando extensas áreas de cultivos y originando nuevas formaciones rocosas.
El paseo, obviamente fluvial, recorre un trecho del rio hasta una reserva
natural que en su origen eran las tierras de una familia de origen alemán, los
Mans, que al inundarse sus tierras tuvieron que dejarlas. El recorrido
atraviesa grandes masas de totoras llenas de miles de cisnes de cuello negro.
Finalmente fuimos a una aldea, Punucapa, donde la vida debe ser muy dura pues
nos dijo el guía que la mayoría de sus habitantes son mujeres y ellas se ocupan
de todo, incluso de llevarlo a Valdivia para venderlo, van y vienen a remo.
Hoy he estado viendo una serie de fuertes españoles que
bloqueaban la entrada desde el océano a Valdivia. He ido por mi cuente en autobús
y por fin he logrado hacer las cosas con la suficiente tranquilidad. Los fuertes
formaban una especie de tela de araña que por su fuego cruzado impedían que
cualquier nave los atravesase. Están prácticamente derruidos pero, aunque solo
sea por las vistas merece la pena verlos.
Además de por su situación privilegiada por la cantidad de
fauna que hay a su alrededor.
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