Iquique
Llegué a Iquique por la noche con el único deseo de comer
algo y descansar pues venia agotado del viaje.
Antes, después de salir de S. Pedro por la mañana pronto,
me dio tiempo a estar un buen rato en Calama, me pareció un pueblo muy
bulliciosa con muchísima gente por la calle y un ruido ambiental altísimo. Por
lo demás es como un gran mercado persa, tiendas de lo más variado, pero de poca
calidad, mucha tienda de chinos, pero una ciudad muy activa.
Al día siguiente, Viernes Santo, Iquique amaneció con todo
cerrado, así que me dedique a pasear. Me llamo mucho la atención el estilo
arquitectónico de predominio en la ciudad y que, aunque ya había visto
edificios así en otros sitios, no eran más que edificios aislados y no formaban
un conjunto tan amplio y tan extendido como en Iquique. El estilo en cuestión
es el Georgiano, de pino oregón con unos hermosos pórticos y una proliferación
de columnas muy variadas.
Tienen un paseo peatonal, la calle Baquedano que es una
maravilla de conjunto arquitectónico.
Todo esto, después me he enterado, es producto de la
importancia del salitre que hacía que los barcos trajeran ese tipo de madera de
lastre en los barcos abandonándola en el puerto.
La historia de Iquique gira en torno a la historia del
salitre y en torno a la guerra del Pacifico en la que los chilenos incorporaron
esta región a su territorio,
anteriormente era de Perú. Fruto de esta incorporación, son las
concesiones salitreras a los ingleses mayoritariamente, pues los ayudaron a
ganar la guerra.
El salitre, cuya explotación estuvo activa hasta 1960 es el
otro aspecto que marca la historia de Iquique como testigo de las primeras
reivindicaciones obreras en el país y de la creación de los primeros
sindicatos.
En el principio del siglo XX había en el norte de Chile
multitud de oficinas salitreras en las que se trabajaba el salitre para obtener
el célebre Nitrato de Chile.
Estas oficinas, independientes unas de otras, eran un mundo
en sí mismas, funcionaban de forma autosuficiente y en ellas la propiedad tenia
absolutamente el control de todo. No solo de la producción pues además, pagaba
a los obreros, traídos de todo Chile con la promesa de hacerse ricos, con unas
fichas con las que solo podía comprar productos en la propia oficina al precio
estipulado por él.
Las oficinas dependiendo del tamaño, formaban verdaderas
ciudades y viendo las dos que he visitado es destacable el cómo estaban
conformadas y como las diferencias sociales se recalcaban, para que no hubiese
dudas, desde las construcciones para los distintos tipos de trabajadores, como
del acceso a los lugares comunales de la oficina.
Toda esta historia culminó con la matanza de la Escuela Sta.
María en Iquique en 1907 cuando los pampinos bajaron de las salitreras a
reivindicar una serie de cuestiones.
Este suceso lo narra Hernán Rivera Letelier en su novela “Sta.
María de las flores negras”
La vista de dos oficinas que actualmente quedan en pie y de
alguna manera se complementan, Santa Laura y Humberstone, es delirante si te
trasladas y haces un paralelismo de vida. Ambas se complementan muy bien pues
mientras en Sta. Laura se conserva toda la maquinaria del proceso de producción
en Humberstone es al revés, se conserva todo el modulo habitacional donde se
puede distinguir perfectamente la vida de los diferentes status de una de estas
oficinas, con sus diferentes rangos y tamaños de las construcciones así como
los diferentes tipos de comodidades. Desde las casas amplias y solidas de los
empleados con cargos hasta las derruidas habitaciones de los obreros solteros
(las únicas que han sufrido daños en los terremotos. Asimismo ves la cantidad
de comodidades que poseían los jefes (piscina, campo de futbol, de baloncesto,
teatro, etc.) en las que ocasionalmente también participaban los obreros. Nos contó
el guía de la excursión como era el uso de la piscina, recién limpia y llena de
agua era utilizada exclusivamente por las diferentes castas de técnicos y
cuando el agua se iba ensuciando dejaban ya que el resto la usara hasta que el
barrizal se tenía que volver a limpiar.
Eso nos da una idea de cómo era la vida en una de estas
oficinas. Las once, que en Chile se toman por las tardes, se debe a que los
salitreros cuando acababan la jornada se iban a tomar a,g,u,a,r,d,i,e,n,t,e, y
en vez de nombrarlo decían vamos a tomar las once.
Otra cosa que me ha impresionado es la proliferación de geoglifos
que hay en la región. Visitamos los de Pintados, una loma llena de figuras
enigmáticas y dibujos variados en la cual, junto con figuras claramente
definidas hay multitud de signos y que hasta el momento no han conseguido
descifrar. Todo en medio de un salar inmenso en el que, aparte de algún
tamarugo, no hay ni rastro de vida.
Impresionen esas laderas plagadas de símbolos que además
con todos los fenómenos naturales, lluvias, vientos, etc. permanecen siglos sin
sufrir deterioro.
La siguiente parada, que también impresiona es la visita a
tres pueblos, auténticos oasis en la inmensidad del desierto y donde se
producen numerosos frutos. Captan el agua del subsuelo, herencia española según
el guía, y por medio de construcciones obtienen un regadío que hace que surtan
y hasta exporten dichos frutos.
Los pueblos que visitamos fueron Pica, Matilla y La Tirana,
que además es un santuario dedicado a la Virgen del Carmen, donde en su fiesta
acuden numerosísimos devotos y cuentan que es
espectacular, Llegan a reunirse para celebrarlo con cantos y bailes
varios miles de personas.
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