El lunes el madrugón fue mayor pues nos recogían a las
cuatro y media para llegar a los geiseres del Tatio antes del amanecer. Así que
nos subimos al micro y entre dormidos y despiertos llegamos a la entrada del
recinto y al bajarnos a pagar la entrada nos dijeron que estábamos a menos seis
grados. Efectivamente hacia un frio notable que al principio no sentías mucho
pero que al estar fuera del microbús un par de minutos te calaba hasta los
huesos, sobre todo en las manos y los pies.
Una vez pagada la entrada nos fuimos al campo de los
geiseres aun de noche cerrada.
Allí el espectáculo es fascinante pues es una explanada
donde se ven muchísimas fumarolas del vapor de agua de los geiseres. Los hay
continuos y otros que sale el agua a intervalos de uno o dos minutos. Sueltan
un chorro de agua y vuelven a no soltar nada.
El campo de geiseres es de por sí ya digno de verse, pero más
con los cientos de turistas que nos congregamos allí deseosos de ver y
fotografiar el espectáculo. Pululando por cualquier parte del campo y haciendo
las cosas más extrañas. Acercarse a que les bañe el vapor, aunque es peligroso
intentar hacer la foto o el video más bonito, o posar delante de uno de ellos
en la actitud más extraña posible.
Después de tomarnos un café calentito que nos prepararon
los de la agencia nos fuimos a otro campo cercano donde aparte de los geiseres
hay una charca de agua caliente para que los más calientes se den un buen baño.
Efectivamente hubo mucha gente que se lo dio, increíble, cuatro mil quinientos
metros de altitud, cinco grados bajo cero, las siete y media u ocho de la
mañana y la gente en bañador bañándose entre nubes de vapor de agua que manan
de la tierra. Para verlo y sentirlo.
Poco a poco el frio va amainando y los cuerpos se
acostumbran y a media mañana, ya bajando de los geiseres, la gente vamos
quitándonos ropas.
En la bajada nos paramos en unos humedales que hay que
pertenecen al rio Putana donde viven varias especies de patos y aves. Es un
lugar precioso, con unos colores impresionantes y donde yo me hubiese quedado
mucho más rato del que estuvimos.
A continuación después de las consabidas vicuñas y
vizcachas nos paramos en una aldea, Machuca, para que pudiésemos saborear
empanas de queso de cabra y pinchitos de llama. Por cierto deliciosas.
Allí estuvimos un rato y me impresiono mucho como en
cuestión de diez minutos el pueblo pasaba de estar repleto de turistas a estar
desierto. Junto al pueblo en las riberas del rio había una fauna interesante
que le daba a este un colorido y una vida propia de zonas que están a muy
inferior altitud.
Finalmente volvimos a San Pedro de Atacama a tiempo para
comer y con esa sensación de que a pesar de haber estado ocho horas había sido
muy corto.
Después de pasarme la tarde del lunes y la mañana del
martes dando tumbos por el pueblo y descubriendo que hay más allá de Caracoles,
amenizado de un surtido de cafés en las terrazas, el martes por la tarde
culminé mi ciclo excursionista con la visita al Valle de la Luna y al de la
Muerte (perversión de Marte) cita obligada de todo visitante atacameño que se
precie.
Ambos valles forman parte de la Cordillera de la Sal y en
esencia son formaciones rocoso-arenosas que fruto de la erosión han ido
formando un paisaje de dunas, colinas y rocas de muchas formas y colores.
Aparte de la belleza puramente geológica también impresiona la masificación. Son
un incesante núcleo de micros y turistas que marcan mucho la visita a estos
lugares pues esa masificación no te permite disfrutar de la hermosura con el
suficiente sosiego, que para mí resulta poco menos que imprescindible.
Pero lo más increíble es como de reúnen cientos de turistas
justo a la hora que se pone el sol para, desde la plataforma sobre el Salar
rendir culto a la puesta de este. Es como un mercadillo en el que hay de todo y
casi pones más atención en el personal congregado que en la propia puesta de
sol.
No obstante la vista de toda la explanada del Salar,
rodeado de cordilleras y la inmensidad del panorama que se divisa hace que
merezca la pena la visita.
Me llamó mucho la atención la insensibilidad de los
turistas que, pese a que los guías y en las entradas de los parques se hacen
toda una serie de recomendaciones, se las saltan a la torera mostrando muy poca
sensibilidad con el medio, que es bastante sensible al deterioro.
De la misma manera creo que por lo general los humanos
tendemos a estar más a gusto en medio de la masificación, casi como si esta nos
reafirmase en que lo que visitamos o hacemos es lo más de los más y como que la
soledad al contemplar un paisaje o hacer una caminata no nos hace disfrutar si
no es en compañía, en bastante compañía.
¡¡ Qué fotos has logrado, chavalín !! ya sabía yo que harías buenas fotos en ese singular paisaje, presentas un cosmo-viaje al futuro, hoy. El texto que has escrito en esta etapa también sugiere mucho; cuánto me alegro que hayas tenido vivencias e inspiración ( y la generosidad de contárnoslas). Desde nuestra España te envío un fuerte abrazo, fuerte, fuerte por si se desgasta algo en el camino.
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